El gatopardismo en política es el arte de cambiar lo que haga falta para no cambiar nada.
Andaba yo con ganas de escribir un par de cosas sobre la próxima (veréis cómo no se hace ni una) raválida de la ESO, pero me puede la pereza.
Este principio de año (que además ha llegado con algún virus extraño) está siendo (él, no yo) extremadamente perezoso.
Como, además, estaba leyendo algo muy bonito, a pesar de salirse casi por completo de mis preferencias novelísticas, paso de Wert y os cuento unas cositas de
El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
Está escrita entre 1954 y 1957 y publicada en 1958 (póstumamente) en Italia
Se trata de una novela histórica con un
humor fino y mordaz, una buena dosis de ironía crítica, de sabiduría política y
de conocimiento del amor-relaciones hombre-mujer (vistas desde el hombre).
Se vuelve un pelín
espesa en algunos momentos, precisamente por la riqueza de su descripción.
Me ha dejado estas
breves lindezas:
En la presentación de la
que habrá de ser “princesa”, no siendo más que la hija de un adinerado
campesino: “Por lo demás, es guapa, y una
vez haya aprendido a lavarse… “Para que todo quede tal cual.” Tal cual, en el
fondo: tan sólo una imperceptible sustitución de castas.”
Hablando de la
aristocracia con un jesuita: “Vivimos en
una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como la algas se doblegan
bajo el impulso del mar. A la santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida
la inmortalidad; a nosotros, como clase social, no. Para nosotros un paliativo
que promete durar cien años equivale a la eternidad”.
“El amor. Evidentemente, el amor. Fuego y llamas
durante un año, cenizas durante treinta.”
“… la voluntad de gritar “siempre lo dije”, al ser
la más fuerte que puede gozar una criatura humana, había trastornado todas las
verdades y sentimientos”
“Los sicilianos no querrán nunca mejorar por la
sencilla razón de que se creen perfectos” ¿Podríamos
cambiar sicilianos por otro topónimo más cercano? (Quede claro que yo soy de
Sestao, no de Bilbao)
Sobre la matanza
innecesaria de animales: “Mientras los
piadosos pulgares acariciaban el mísero hocico (de la presa), el animal tuvo un
postrer estremecimiento y murió. Pero don Fabrizio y dos Ciccio habían tenido
su pasatiempo. El primero había experimentado además del placer de matar el
goce tranquilizador de compadecer.”
“Cada vez que uno se encuentra con un pariente,
tropieza con una espina.”
“Comprendíase en seguida que Vicenzino era “hombre
de honor”, uno de esos imbéciles violentos capaz de cualquier barbaridad”.
Si alguno se anima, que la disfrute y que a todos os traigan buenos regalos los Reyes (aunque haya pasado ya el Olentzero, o sea ese que una vez haya aprendido a lavarse... Para que todo quede tal cual). Vosotros los regalos ya los habéis merecido.