miércoles, 25 de mayo de 2016

Bego

Ha muerto Bego. Era una de aquellas buenas amigas y amigos de mis tiempos vividos en Deusto, hace ya más de 40 años. Una amistad que se fue diluyendo en el tiempo y la distancia física. Pero que siempre mantuvo un poso de respeto y cariño.
Luego sólo quedaron vivas un par de cenas o tres y algunos encuentros fortuitos por las calles de Bilbao, repartidos a lo largo de esos años.
Con Bego me encontré por casualidad varias veces en los últimos ¿dos? años. Nos paramos en medio de la calle e intercambiamos un rato (no muy largo) de nuestro tiempo, siempre con la promesa de que un día nos “tomaríamos un café”. Ella empezaba a disfrutar de su jubilación. Y me contó que se había tropezado un día con este blog y que algunas veces lo leía.
Más tarde, no hace mucho, llegó el cáncer, que se la ha ido “comiendo”. Bego ha muerto después de una absolutamente innecesaria agonía, en uno de esos finales que “casi” agradeces.
Y su muerte, una vez más, me deja en medio de un silencio contenido. Las muertes de gentes cercanas (que cada día aumentan) me dejan otra vez sin palabras. Es que creo que no hay posibles explicaciones.
Los hombres y las mujeres tenemos fecha de caducidad. No está escrita en ningún lugar y nadie tiene derechos sobre ella. Pero no somos infinitos. Y hay que admitirlo y vivirlo, hacerlo nuestro, aunque duela.

Lo que me “consuela” es que mientras esa fecha llega, más o menos frescos, todos servimos para algo.
Bego no leerá esta entrada, pero yo estaba obligado a escribirla. Para ella.

sábado, 21 de mayo de 2016

Monstruos rotos

La conciliación familiar, la adolescencia y sus “libertades”, la relación materno-paterno filial, la construcción de las ciudades, su decrepitud-obsolescencia, los límites entre el sueño y la demencia, la violencia de género, la comunicación en un mundo marcado por la Red, el lugar de los medios (cada vez más omnipresentes porque ya sólo necesitan un teléfono), las relaciones jerárquicas en el trabajo, la labor social con los “desprotegidos”, y algún otro asunto más van recorriendo “Monstruos rotos” de Lauren  Beukes.
Una novela bonita, que se lee muy bien, a la que se le puede llegar a sacar mucho jugo, aunque no esté entre sus intereses el de moralizar. Y una “traca” final espectacular, monumental.
Con un lenguaje directo, rápido, sin rodeos, casi novedoso en su utilización del chat y otros elementos de Internet, resulta una lectura fácil y muy recomendable para este verano.

Os dejo cuatro citas de la novela. No porque sean extremadamente significativas, sino porque a mí me han gustado lo suficiente como para daros un poco de alimento literario:
“- ¿Te sientas a comer conmigo, Benjamín? –le dice su padre.
- ¿Tengo que hacerlo?
- Qué va. Podemos comer cada uno en un sitio distinto de la casa, todos conectados a nuestros aparatos y sin dirigirnos la palabra”

“Se supone que las actividades extraescolares han de ayudar a Layla a salir de su caparazón. Como si ella no supiese que se trata de un servicio de niñera barato para que su madre no se sienta culpable todo el rato.”

“El colegio no se puede permitir el mantenimiento de la biblioteca, pero tiene cámara de vigilancia y detectores de metal. Prioridades.”


“Ambos están en buena forma, pero ya no son jóvenes. Se nota un reblandecimiento de los músculos. Eso vale también para sus convicciones. La Experiencia ha desgastado el filo de las verdades inamovibles en las que creía cuando era más joven”

jueves, 19 de mayo de 2016

La estelada catalana y el rey español

En aras a no politizar el deporte y a que política y deporte ni siquiera se mezclen, TODAS  las autoridades políticas han decidido no acudir al palco y pagar, cada uno de su bolsillo, su propia entrada para ver la final de la copa DEL REY (que éste no es ninguna institución política. No confundamos).
Esta vez se ha tomado una decisión correcta, que, si bien elimina la libertad de palabra, respeta y potencia la libertad de mercado.

domingo, 8 de mayo de 2016

Defraude usted... si puede

Otro año más que no puedo defraudar a Hacienda. Llega el momento y me demuestran que lo saben todo de mí. Cada euro ingresado. Claro que no debe ser difícil, porque no son muchos.
Al menos no son tantos como para que alguno de les despiste. Y monto en cólera un año más por mi imposibilidad. Sólo algunos pueden.
Por lo que dicen los papeles y lo que han venido diciendo desde hace meses, para defraudar a Hacienda es preciso manejar mucha pasta. Todos los defraudadores tienen unos ingresos muy superiores a los míos: ¿veinte veces más?; ¿cien veces más?; ¿mil veces más?... Todos los defraudadores son gente “de posibles”. Posiblemente la misma frase al revés también será verdad (salvando alguna excepción): todas las gentes “de posibles” defraudan. (Gentes “de posibles”, como su propio nombre lo indica, son gentes que pueden).
Y al cabreo de no poder defraudar se añade ese otro que provoca el retintín de unos cuantos: “claro, pero, por lo que usted dice, si usted pudiera…”.
Es que no puedo. Y por mucho que hayan tratado de educarnos es que con la intención vale… Porque han tratado de hacernos creer, y muchos lo han creído, que somos tan defraudadores los que tenemos la intención de hacerlo como los que lo hacen. “Al fin y al cabo todos somos iguales” – nos dicen.
Pues no. No somos iguales Ellos se quedan con su parte de dinero dedicada al gasto común de los ciudadanos y yo no. Somos profundamente desiguales: ellos pueden y yo no.
Y lo único que exijo (inocente de mí, que se lo exijo a los desiguales, a los que sí pueden) es igualdad. Pero no quiero igualdad para que yo también pueda defraudar. Quiero igualdad para que ellos no tengan la posibilidad de seguir defraudando. Quiero que llegado este momento el cabreo llegue a todos, porque la imposibilidad sea universal.

A ver el año próximo.