miércoles, 15 de marzo de 2017

Funeral en el pueblo

La iglesia, situada en lo más alto del pueblo, resulta inaccesible en automóvil.
Por eso, un buen grupo de vecinos, familiares, amigos, se junta, casi en silencio, esperando la llegada del coche fúnebre en lo que podríamos considerar para los efectos una plaza, la más próxima a la iglesiaEs que ha muerto Emilio, el “tío” Emilio.
“Tío”, en el pueblo, es una especie de título civil. Familias con muchos hermanos, que, a su vez, han engendrados proles considerables, hacen que el tío sea alguien bien visible. Son más los que le llaman tío que los que le llaman padre. Se diría que en el pueblo, mientras las generaciones permanecen allí, cuando son chicos y aún no han marchado a la ciudad, uno es más tío que padre.
Pero, volvamos. El tío Emilio ha muerto.
Y cuando llega el coche fúnebre, el cura vestido, con todos sus ornamentos litúrgicos, baja hasta la plaza, sacan el féretro del coche y entre varios lo llevan hasta el templo, donde tiene lugar el funeral religioso.
Luego, llega la “procesión” al cementerio, procesión más civil que religiosa, por mucho que en cabeza, tras el féretro, se coloque el cura con todos sus atributos rituales: ornamentos, libro, hisopo,…
Una vez en el cementerio, colocan el féretro en un nicho y proceden a un cierre, provisional en tanto no se coloque la lápida que confirme quién es el que yace allí.
No sé cuánto tiempo ha durado esa “procesión” semi silenciosa. Supongo que unos quince minutos, porque éste es un recorrido habitual en mis paseos.
Pero, ese tiempo ha sido suficiente para que yo encadene tres pensamientos seguidos: resulta que, a pesar de mis casi 70 años vividos, a pesar de haber conocido varias muertes y sus consiguientes funerales, ésta es (que yo recuerde) la primera vez que participo en una “procesión” de este tipo. Y es que en la ciudad nada de esto se hace ya (si alguna vez se hizo). La ciudad no es espacio que permita tales expresiones cívicas. ¡Menudos atascos se iban a provocar!
Luego, he pensado que, sin embargo, nada de lo que allí acontecía me era extraño. Era como si yo lo “conociera” muy bien: mis lecturas, alguna película de cine,… Aquel no dejaba de ser “mi” mundo, “mi” cultura.
Y, por fin, me ha venido a la cabeza una reflexión que un día antes escuchaba de una profesora de Historia del Arte: “en mis clases de la Universidad –decía – cada vez me resulta más difícil “explicar” el Renacimiento o el Barroco. Y es que hablo para jóvenes que no tiene ninguna referencia para entender la Inmaculada o Moisés”.
Hoy, por muchas razones que ahora no vienen a cuento, con Emilio se está muriendo la última generación de “tíos”, que yo conozco. El título se está quedando vacío. Ya no hay nuevos “tíos”.
Sin duda, algo sigue cambiando. Pero lo que sí ha venido a cuento es que Emilio, el tío Emilio ha muerto.
Y para que el cambio cultural continúe, no diré ya “descanse en paz”, sino “recordémosle como lo que fue: constructor y parte de una familia que perdurará hasta el final de los tiempos a través de las muchas culturas diferentes, que han sido y que serán”.


Nota.- Para todos aquellos preocupados (yo incluido) por la visibilidad de esa media humanidad invisible, la de las mujeres, debo decir que ha muerto un varón, pero si hubiera muerto una mujer, mi entrada estaría escrita en “femenino” sin variar ni un ápice en todo lo demás.

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