viernes, 28 de julio de 2017

Finales de Julio

Julio da sus últimos estertores.
Entre tanto asunto importante (Siria, declaración de Rajoy, vuelta a los ahogamientos de emigrantes, cifras del paro, corrupción, corrupción, corrupción,…) algunos asuntos más “domésticos” interesan hoy a mi blog.
No puedo dejar pasar de largo que hace un par de días se casó Jon Ander, mi hijo mayor, en una celebración sencilla, cercana, breve, sin pompas, pero con tanto o más de amor que en cualquier otra. Y eso es lo importante. Y no seré yo quien suba fotos a la red.
Pero, esta semana ha habido tres asuntos más que quiero comentar:
El primero, el más rápido de tratar porque nos falta perspectiva histórica, es esa comunicación de Madina de que abandona la política, como actividad institucional. Inmediatamente me ha provocado esta pregunta que ahí queda: ¿habrá puertas giratorias?.
Otro asunto, casi tan rápido es una situación absurda que ha ocurrido esta mañana. Estamos en Castro, donde ayer me di el primer baño de mar de la temporada. Paseábamos por el paseo marítimo con dos perras. Y unos carteles muy simpáticos prohibían que las perras entraran a la playa.
La razón, que todos compartiríamos quizás con matices, es la molestia que su presencia causa a los que usan la playa. Lógico. Lo que hacía que la situación fuera absurda es que, dada la climatología, sólo había una persona en la playa (una playa hermosa – que lo podéis ver en la foto) y otras dos se bañaban en el mar. ¿Será verdad lo de la molestia? ¿Cuándo seremos capaces de hacer leyes “flexibles”, de esas que pueden ser útiles para todos los ciudadanos?
Y, por último, no quiero obviar ese video tan difundido en las redes de una educadora  social agredida por una “usuaria del centro de menores en el que trabaja”. LAMENTABLE, claro. A ERRADICAR, por supuesto.
Me permito remarcar una de sus afirmaciones sobre los chavales: “son dioses sin educación y saben los derechos pero no se atienen a ningún deber”.
Me siento obligado a proponer a los educadores que maticen, en un análisis mucho más profundo y correcto, eso de echar la culpa a los padres. Seguro que parte de la culpa la tienen ellos, pero sólo ellos… , fundamentalmente ellos...
Aunque en otro párrafo de su declaración extiende la culpa a los adultos, al sistema, … necesitamos un análisis mucho más apto para trabajar.
Y donde ya mis conocimientos-sensibilidades chirrían es en esa costumbre (¿) de eximir de culpa a los agresores. Esos “usuarios” no son unos “críos” exentos de responsabilidades, sin capacidad para discernir, sin criterios para juzgar, sin otras posibilidades que convertirse en agresores.
No. Ellos son también responsables y deben cargar con su responsabilidad. Hay que tratarles precisamente como sus padres, los adultos, el sistema, no lo han hecho, como si no tuvieran ninguna libertad para optar en sus conductas.

A ver si agosto viene con un poco más de sol (en nuestras latitudes).

sábado, 22 de julio de 2017

Lawrence Block


Acabo de leer dos novelas de Lawrence Block. Las dos primeras aventuras de su “no-detective” Matt Scudder:  Los pecados de nuestros padres y Tiempo para amar, tiempo para matar.
Ya en la primera de ellas, había quedado claro que Scudder, ex-poli, no era un detective. En la segunda de ellas, lo dice con toda claridad:
“- Así que, ¿qué haces?. ¿Eres una especie de detective privado, eh?
- No tengo licencia. A veces hago favores a gente y me lo pagan”
Son novelas de corte clásico, de esas de detective (o no-detective) resuelve crimen. Y por el camino, junto a la intriga, un hombre descreído, bebedor, extraño, con unas fidelidades especiales, sin familia (aunque un día la tuvo), sin arraigo en casi nada,… un hombre realmente interesante.
Un hombre hurgando en una realidad que no le gusta y que muchas veces da por sentada que sólo se puede vivir en ella o siendo un chantajista o un chantajeado. Esta realidad:
“El nuevo alcalde estaba teniendo problemas para nombrar a su vicealcalde. La comisión de investigación había descubierto que los posibles candidatos eran gente involucrada en diferentes e interesantes tipos de corrupción. Había una solución evidente y el alcalde daría con ella tarde o temprano. Iba a tener que deshacerse de la comisión de investigación.”

Se leen con mucha facilidad, son un interesante “divertimento”, apto para el verano (y para el invierno), que siempre van un poco más allá del puro dejar pasar las cosas. Además están bien escritas y tienen algunas cargas de profundidad más que interesantes.

miércoles, 12 de julio de 2017

Por críticas de gentes

Hay un cuento (leer aquí) del Conde Lucanor (“Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo”), que siempre me ha gustado mucho, con una cierta frecuencia lo utilicé en mi labor educativa, y parece de rabiosa actualidad. Hoy y ayer, y…
Esa es la riqueza de los cuentos “inmortales” y a mí ya me gustaría contar como él.
Quizás, si os habéis ido al cuento y lo habéis gustado, la prosa que sigue (la mía) no tenga demasiado interés, pero si os ha despertado una cierta curiosidad, debo decir que el cuento viene a cuento (valga la redundancia) por algunas escenas repetidas recientemente,  que me lo han traído a la memoria:
Con la disculpa de preparar el invierno próximo sigo enganchado a la recolección, corte, y almacenamiento de leña. Realmente se trata más bien de un invento de última hora de quienes venimos (y somos) de ciudad y que ya no tenemos vacaciones (porque no tenemos trabajo). Invento que se llama: mantenerse activo.
En esas estaba yo, cortando leña con la motosierra, cuando uno de los más viejos del lugar acertó a pasar por allí y, después de mirarme desde su milenaria sabiduría, me dijo pontificalmente:
Eso mejor se hace con el hacha.
En lo que tardé en entrar en la cabaña y salir armado con un hacha, se aproximó un vecino, menos sabio por menos viejo, que me dijo:
- ¿A dónde vas con esa herramienta? ¿Para qué han hecho las motosierras? El trabajo es mucho más fácil y más rápido.
Ya hace no más de tres días, el segundo de ellos se acercó a la huerta y al ver el estado de las vainas, nos dijo (no menos pontificalmente):
- ¿No veis cómo están estas pobres? Se las comen los pulgones. Hay que fumigar.
Preparado el “mejunje” con el que hacerlo, camino de vuelta a la huerta, pasamos por delante de la casa del primero:
- ¿Dónde vais? (con retintín, aires despectivos y acento prolongado de indignación calculada) Yo nunca he fumigado mis vainas. Si una macolla tiene pulgón, arranco esa, sólo esa, y la tiro lejos.
Charlaba yo ayer por la tarde con ambos a la sombra del portal de su casa, cuando empezó a tronar y comenzaron a venir las primeras nubes amenazando lluvia:
- Va a llover. Y bien – dijo el primero.
- Pues iré a la huerta a apagar el riego automático – dije yo.
- Se ha levantado el Norte y aquí, con el Norte, no llueve nunca – dijo el segundo

Bendito sea el Conde Lucanor!!!


Ah!, por cierto. Cayó una buena tromba de agua, no dejo entrar en mi huerta a nadie que sepa algo de cosechas (todos vosotros estáis invitados, por ignorantes) y he pospuesto el asunto de la leña para el otoño ( a ver si entonces están en sus casas).


Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal,
buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.

domingo, 9 de julio de 2017

El cuento de la criada

Acabo de terminar de leer “El cuento de la criada” de Margaret Atwood, y siento la extraña sensación de tener que desembarazarme de ella. Sin perder tiempo.
Escrita en 1985 y publicada en español este mismo año, “El cuento de la criada” es una novela extraña. Es una distopía, que los críticos colocan a la altura de las de Orwell y Huxley, en la que el poder omnímodo y totalitario se traduce en un mundo homófobo, establecido contra las mujeres, tras una radiación tóxica.
He seguido el relato con atención y sorpresa, pero sin “devoción” ni sumisión. Un relato a veces sugerente, a veces inquietante, las más de las veces revelador de dónde podríamos llegar sin forzar la lógica de algunos comentarios y actitudes frecuentes aún entre nosotros hoy.

Sus críticas son muy buenas. Quizás deberíais leer aquí , pero a mí, debo decirlo, no me ha cautivado.