Este blog choca a veces con mi pereza y ralentiza su marcha.
Otras choca con algo más duro, con una sensación de que o escribo sobre
determinado asunto o no sigo hacia adelante. Y ese determinado asunto no
resulta muy apetecible, no se presta a juguetear, es (o está siendo tomado como)
demasiado serio, no apto para bromas. Y, cuando choca con esa sensación, el
blog se detiene. Hasta que explota, porque el runrún interno no para y no me
deja en paz.
Y ahí estamos.
Uno desea, anhela la independencia cuando se sabe
dependiente. Sólo entonces, en ninguna otra situación. Pues me vais a permitir
inventarme un tipo de ciudadano, uno que sea más o menos próximo a nosotros y a
nuestros vecinos. No “el ciudadano medio”, que para eso harían falta sesudos
estudios.
Erase una vez una mujer o un varón de mediana edad, casado,
con un par de hijos adolescentes (o sea, entre 12 y 30 años) que viven en casa
de sus padres, con trabajo más o menos estable (ambos progenitores) y con
ingresos familiares en torno a los 3.000 euros mensuales. Estudios medios o
superiores. Y patatín y patatán. Creo que este esbozo es suficiente para lo que
sigue.
Cada vez que ella y él hablan de su casa, les recorre un pequeño
escalofrío que les recuerda que la casa aún es más del banco que suya. Tanto
que, en esa pasada crisis, han visto como algunos conocidos han sentido las
garras del dueño empujándolos hacia la p… calle. Dependen del banco
Tienen, dicen, un trabajo. Pero alguno, malintencionado él,
les susurra que más bien son tenidos por el trabajo, que alguien, sin saber
nunca quién (en el teatro sería La Corporación) puede deshacerse de ellos.
Saben que ellos no marcan ni el objeto del trabajo, ni el ritmo, ni el tiempo,
ni la finalidad, ni… Dependen del trabajo
Cuando viajan, de trabajo o de asueto, lo hacen en un coche
que han comprado –quizás aún no han terminado de pagarlo- a una multinacional,
que decide cómo, cuándo, por cuánto,… lo venden. Llenan el depósito de gasolina,
usan en casa y fuera de ella la electricidad, el gas, que les han proporcionado
sendas multinacionales que no dan cuenta ni permiten la participación más allá
de sus consejos de administración. Y utilizan un mobiliario y unos
electrodomésticos que... Están informados por una prensa “libre”… Sus hijos
reciben una educación de la que no son responsables, porque no tienen ninguna
palabra ni sobre los objetivos, ni sobre las metodologías, los ritmos,…
Dependen, dependen, dependen.
Es cierto que casi siempre, les cabría la posibilidad de
elegir de qué Corporación depender: si de este banco o de aquella caja, si de
esta casa de automóviles o de aquella otra, si de esta compañía eléctrica o de
aquella otra, si leer este periódico o ver aquella cadena de televisión, … Es
cierto que, casi nunca, les cabe la posibilidad de elegir entre ser
dependientes o no serlo.
Quiero ser independiente. Y me gustaría que tú también lo
fueran. Y que lo fuesen todos los catalanes y todas las catalanas (permitidme
una vez la licencia lingüística de repetirme, usando el masculino y el femenino).
Ah!! Y me gustaría mucho que los catalanes dijeran lo que
quieran decir… Y los asturianos… y los extremeños, e, incluso, los de Cuenca
(por poner un ejemplo).
Menuda es esa democracia que no existe si no se respetan las
normas, pero que es compatible con la prohibición de la palabra.
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