miércoles, 20 de septiembre de 2017

Grita: Quiero ser independiente

Este blog choca a veces con mi pereza y ralentiza su marcha. Otras choca con algo más duro, con una sensación de que o escribo sobre determinado asunto o no sigo hacia adelante. Y ese determinado asunto no resulta muy apetecible, no se presta a  juguetear, es (o está siendo tomado como) demasiado serio, no apto para bromas. Y, cuando choca con esa sensación, el blog se detiene. Hasta que explota, porque el runrún interno no para y no me deja en paz.
Y ahí estamos.
Uno desea, anhela la independencia cuando se sabe dependiente. Sólo entonces, en ninguna otra situación. Pues me vais a permitir inventarme un tipo de ciudadano, uno que sea más o menos próximo a nosotros y a nuestros vecinos. No “el ciudadano medio”, que para eso harían falta sesudos estudios.
Erase una vez una mujer o un varón de mediana edad, casado, con un par de hijos adolescentes (o sea, entre 12 y 30 años) que viven en casa de sus padres, con trabajo más o menos estable (ambos progenitores) y con ingresos familiares en torno a los 3.000 euros mensuales. Estudios medios o superiores. Y patatín y patatán. Creo que este esbozo es suficiente para lo que sigue.
Cada vez que ella y él hablan de su casa, les recorre un pequeño escalofrío que les recuerda que la casa aún es más del banco que suya. Tanto que, en esa pasada crisis, han visto como algunos conocidos han sentido las garras del dueño empujándolos hacia la p… calle. Dependen del banco
Tienen, dicen, un trabajo. Pero alguno, malintencionado él, les susurra que más bien son tenidos por el trabajo, que alguien, sin saber nunca quién (en el teatro sería La Corporación) puede deshacerse de ellos. Saben que ellos no marcan ni el objeto del trabajo, ni el ritmo, ni el tiempo, ni la finalidad, ni… Dependen del trabajo
Cuando viajan, de trabajo o de asueto, lo hacen en un coche que han comprado –quizás aún no han terminado de pagarlo- a una multinacional, que decide cómo, cuándo, por cuánto,… lo venden. Llenan el depósito de gasolina, usan en casa y fuera de ella la electricidad, el gas, que les han proporcionado sendas multinacionales que no dan cuenta ni permiten la participación más allá de sus consejos de administración. Y utilizan un mobiliario y unos electrodomésticos que... Están informados por una prensa “libre”… Sus hijos reciben una educación de la que no son responsables, porque no tienen ninguna palabra ni sobre los objetivos, ni sobre las metodologías, los ritmos,… Dependen, dependen, dependen.
Es cierto que casi siempre, les cabría la posibilidad de elegir de qué Corporación depender: si de este banco o de aquella caja, si de esta casa de automóviles o de aquella otra, si de esta compañía eléctrica o de aquella otra, si leer este periódico o ver aquella cadena de televisión, … Es cierto que, casi nunca, les cabe la posibilidad de elegir entre ser dependientes o no serlo.
Quiero ser independiente. Y me gustaría que tú también lo fueran. Y que lo fuesen todos los catalanes y todas las catalanas (permitidme una vez la licencia lingüística de repetirme, usando el masculino y el femenino).
Ah!! Y me gustaría mucho que los catalanes dijeran lo que quieran decir… Y los asturianos… y los extremeños, e, incluso, los de Cuenca (por poner un ejemplo).

Menuda es esa democracia que no existe si no se respetan las normas, pero que es compatible con la prohibición de la palabra.

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